Boicot astral

Ya apagué la luz.
Quiero que pidas 3 deseos. Pará, pensalos bien. Ni se te ocurra volver a desperdiciarlos pidiéndole a la vela que te cruce con alguien de Sagitario este año.
La vida es mucho más que tener paciencia para esperar a tu signo afín. El tiempo no es compatible con la espera, el primero pasa, la segunda se queda.
Ya que estoy voy a sabotearte otro deseo.
Hay personas que parecen un fuego pero que no encienden ni media chispa. O que sonríen como el emoji de los dientes apretados. Si ves una sonrisa de esas, salí corriendo.
Frente a esto, está bueno observar a la gente a través de un caleidoscopio. Solo así podemos darnos cuenta de que en realidad somos fragmentos que mutan según cómo y dónde estemos.
Hacer la revolución hoy creo que se parece más a sumar a un NN en los deseos cumpleañeros, a dejar de extrañar lo indispensable y empezar a rodearnos de personas dragón. (Acabo de inventar el término). Son esas que tienen fuego adentro, fuego de verdad.
Mi tercer boicot es a decir ‘Feliz vuelta al sol’. Además de que ya está medio trillado.. creo que la bocha la tiene la Luna. Sí, la que te deja sus pedacitos tatuados en la piel, a los que llamamos lunares. La que en cada eclipse nos pone místicos y nos obliga a replantearnos lo que somos, lo que buscamos y toda la sarasa de la resiliencia (no es  peyorativo, me gusta la palabra «sarasa»).
¿Sabés qué? Para mí tu persona favorita en el mundo no es de Sagitario. Para mí que es un bosquejo de Piscis, con intermitencias de Géminis y resoplos de Tauro. (Me divierte no saber nada de astrología, porque tenemos las mismas probabilidades de que de este mix salga un monstruo ridículo o una persona dragón).
Al fin y al cabo, mi persona favorita sos vos, aunque no te guste el espárrago, aunque nos separe un océano, aunque nunca estés conectado, aunque siempre estés en transición.
Mi última enseñanza de millenial a millenial es sobre la distancia. La que te enseña que a veces se extraña eso que nunca se tuvo y que por más wanderlust que nos sintamos, todos pertenecemos a un lugar.
Es así, ninguna metamorfosis kafkiana puede robarte las raíces.
Punto aparte.
¿En serio pediste de regalo un rompevientos?
Te regalo el mío. Es rojo con unos garabatos que parecen ojos grandes. No pega con nada, pero es un buen señuelo para que no pases desapercibido. Así, de paso, te encuentro, después de la tormenta. Y te abrazo, para que no te vueles.

 

(Frankenstein armado con 24 palabras elegidas por usuarios de @mitadnaranjapomelo)

Finalistas

Y un día cambié el diario por eso que te gustaba llamar «poemas»…
No tenían rima, no tenían trama, pero me atraía la implícita posibilidad de encontrarme en una frase.
Me gustaba cómo me veían tus ojos.
Nunca a nadie le pusiste mi nombre y, sin embargo, cada vez que escribías podía leerme en algún renglón:
La señora de la capa amarilla vestía de mi color favorito; el niño que nunca aprendió a decir adiós compartía mi manera de decir las cosas; y hasta al personaje de villano lo habías retratado exagerando los defectos que solo vos conocías de mí.
Con el tiempo empecé a mirarme cada vez más en ese espejo literario. Sentía que eras como la voz de mi interior y, a la vez, una bola de cristal que anticipaba mis pasos.
Te leía a escondidas, nunca supiste que te admiraba en silencio.
El día que te fuiste a ese viaje (no recuerdo a dónde) me diste tres besos: en la frente, en la boca y en la mano.
Era tu manera de quedarte conmigo. Me ayudabas a pensar, a decir y a callar.
Todavía recuerdo que temblé cuando vi tu libreta sobre la mesa de luz y sentí que me sentenciabas al olvido.
Como si el cuerpo desapareciera cuando nadie lo retrata.
Solo tenía de vos una nota en la heladera. Como si pudieras congelar los te quieros o enfriar la distancia.

Sé que siempre te gustó mi forma de ser yo, esa autenticidad que tenía tatuada en la piel y con la que te abrazaba.
Pero cuando te fuiste me acostumbré a borrarme cada día un poco, a perder la tinta, a que alguien soplara la tiza del pizarrón donde nos dejábamos mensajes cada mañana.
Perdí las mañas, dejé de quemar el café y me olvidé de leer el horóscopo del día anterior.
Y por las noches miraba la almohada y la daba vuelta para desmarcar la huella de alguien que ya no estaba.

Y ahora que pienso… la nota de la heladera frizando palabras, los puntos suspensivos, tu beso en la mano (como quien bendice a su discípulo), los restos de tinta y tu bloc de notas a la mitad. Tu silencio queriendo decir tanto y tu ausencia abriéndose espacio.

«Todas las historias tienen, al menos, dos partes. Y todos los finales son alternativos», dijiste alguna vez.

Entendí tu mensaje. Ahora me toca a mí. Es tiempo de completar los blancos.

Estoy a punto de abrir la puerta y de encontrarte detrás de la verja.
Esta es mi versión. La que prefiero. La finalista. La que boceto cada vez que te vuelvo a elegir.

La ciudad sin esperas

El tiempo obsoleto de tu cuerpo andando apurado, siempre con prisa y siempre sin espacio para respirar. Subido a esa bici con motor que no deja de girar.

El humano recargado con combustible mezclado con agua, ¿cómo no ir a media máquina?

Tus ganas que se quedan estáticas ante un mensaje que nunca termina de enviarse, porque ser tan sincero no garpa.

Seguro que pensaste en llamarme, pero era demasiado invasivo. Mejor un audio o un chiste malo o un mensaje «equivocado» de esos que mandamos al número correcto. Ya no vale, la foto de perfil nos quitó esa tierna y trillada artimaña para cuando nos quedamos sin excusas. El miedo a la distancia es un poroto al lado del terror de ver el doble tilde azul.

Malditos los códigos posmodernos que se inventaron para no comunicarnos. O maldito cruzarte y no poder encontrarte.

El beso apurado, el café quemado, el abrazo ese en el que no llegás a juntar las manos.

El amor en tiempos de los que no tienen tiempo para amarse.

¿Nos veamos un ratito? A la salida, a la entrada, pero nos veamos que quiero volver a sentir lo que es que el tiempo vuele de verdad, con alas, no como cuando no me alcanzan las manos para tipear los informes.

El loquito de la bocina, la psicópata de la vecina que cataloga a todas las visitas de “potenciales ladrones con autos sospechosos”, el vendedor que ni te dice «hola»… Dame el vuelto en caramelos si querés, pero al menos mirame a la cara para decirme que no tenés monedas.

El miedo a crecer, como si fuera sinónimo de envejecer.

La velocidad como regla, el miedo como excusa.

El 80% de los transeúntes caminan mirando sus celulares. Es la estadística menos oficial y más cierta de la Universidad de Massachusetts. El otro 20% lo tantea cada tanto o lo esconde por miedo a que se lo roben, pero le carcome la cabeza pensar: ¿quién habrá escrito?

En una ciudad sin esperas, nadie espera nada del otro. Quizás algún que otro loco sea tan osado de sentarse y ver el tiempo pasar por su lado, o deje de esperar que le escriban y tome la iniciativa.

No hablo de una epístola, muchachos! Me refiero a cuando querés decirle al otro que lo querés o al menos que esta tarde, después de las 6, una mirada recíproca te sentaría bastante bien.

Bien como el viento en la cara, o como las hojas de otoño debajo de tus pies. Ese nivel de Bienestar. Esa clase de riesgos.

Sabés que en el fondo todo suena cursi cuando lo pensás dos veces. O tonto, si lo pensás tres. Cuando finalmente lo decís te das cuenta de que era tu cabeza, con ínfulas de maquinadora furiosa, la que interpretaba todo. La realidad es que hay cosas que no se piensan tanto. Se dicen. Y al decirlas, las liberamos de presiones, de prejuicios, de preámbulos. Hay cosas que no necesitan introducción. Hay lanzamientos gloriosos. Todavía quedan piletas con agua.

Dejá de leer libros de autoayuda. Soltar es una idea prefabricada que te deja a donde estás. La bocha es lanzarse, para cambiar de lugar.

Los antiinfluencers

No está chequeado que tengas que cambiar el color de pelo cada vez que no quieras ser encontrada, que tengas que forzarte a decir palabras memorables en una despedida, sobre todo cuando es la tuya, que tengas que proponer un brindis de protocolo cuando solo te gustaría terminar el trago y esfumarte.
No te hace más humano llevar corbata, ni te voy a tomar más en serio si le sacás las ruedas a la bici.
No te hace más feliz juntar Me Gusta en Facebook o verte más hipster en Instagram.
No me van a convencer tus halagos ni a intimidarme tu cartera de contactos.

Por más plumas que cuelgues, para levantar vuelo a veces solo hace falta actitud.
No hables tanto de renombre. Siempre va a haber un tonto que te ponga un apodo injusto.

Y hablando de varas, la justicia no se mide con un regla universal. Es uno de los conceptos más maleables que vas a encontrar.
No estoy segura de que tengamos una misión en el mundo, pero puedo darte mil causas por las que luchar y mantenerte entretenido un rato.
No te pongas capucha todos los días de frío, a veces las ideas necesitan refrescarse.

No mendigues amor ni mucho menos te conformes con la historia de otro.

Olvidate alguna vez, en algún lugar, estas tres cosas: el reloj, el celular y el espejo. Quién dijo que medir el tiempo, controlar la conexión o reflejar lo que mostrás te ayuda en algo. Probá andar liviano.
A veces el ruido de afuera aturde.

A veces la masa apelmasa.

Y ser grumo se convierte en un acto revolucionario.

De camino al Sol

Dicen que lo remoto no se mide en distancias, sino en posibilidades.

Hoy solo puedo mirar este paisaje y volver a donde todo comenzó.

Si supieras que estos tipos viajaban sin cargas por si alguien o algo de más adelante los necesitaba para siempre…

Es como si se prepararan para lo que estaban a punto de encontrar. Siempre livianos, prescindiendo de peso. Y con el alma abierta y al Sol.

En sus hombros solo llevaban los secretos mejor guardados, las historias por escribir y los recuerdos de momentos felices. Lo triste quedaba detrás, del tiempo y del espacio. Se convertía en remoto, porque ya no era posible.

Antes de irse de un lugar, tocaban una piedra y se despedían con una caricia. Cuando el lugar era una persona, la abrazaban como cerrando un círculo con los brazos y así ya la guardaban en sus recuerdos.

De ellos aprendí que cada viaje es una mini despedida: de miedos, de fantasmas, de piedras acariciadas. Que uno solo puede llevarse lo que tiene consigo, que nadie puede marcar los pasos del otro, que siempre es un buen momento para acariciar aquello que queremos tener al frente (o al lado).

Que las piedras a veces también son deseos, y pesan. Pero hay que dejarlas ahí, a donde pertenecen. Después de todo, las montañas no son más que miles de anhelos apilados de viajeros soñadores.

De ellos aprendí que los abrazos son lazos invisibles que no atan, pero unen. 

Que los recuerdos no hace falta escribirlos, se graban en nosotros en ese preciso momento en que un parpadeo largo coincide con un latido fuerte.

Que nadie tiene certeza de lo que nos espera adelante, por eso hay que andar con espacio libre.

De ellos aprendí que ser libre es, precisamente, tener espacio para recibir lo que está por venir.

Y que estar ocupado no es pertenecerle a alguien, es hacerse cargo de que solo uno mismo puede dar el próximo paso.

Siempre al frente, de camino al Sol, porque solo ahí está lo que nos está esperando.

No todo nada

No todo lo que te hace llorar es una basurita en el ojo.

No todo lo que abrazás es lo que te conviene.

No todo lo que le cierra al resto, te vuela la cabeza a vos y te deja maquinando.
No todo lo que soñás te roba el sueño.
No todo lo que dura, persiste. Ni todo lo que te revive te hace brillar.
No todas las señales te conectan. Ni todas las personas son viajes.
No todo lo cierto es acertado porque nadie hizo una certeza a medida. ¿Seguro? Los candados, los colchones, los puños cerrados.

A veces hay que abrir las manos y frotarse los ojos, para limpiar las basuritas y para volver a ver y ver volver lo que te suma (aunque para nadie cuente).

Homenaje a (tu) amor contemporáneo

El espacio de tu risa, el tiempo que dura tu sonrisa. Todo lo que acarician tus manos. Los zapatos embarrados.

La piel curtida por el tiempo, el viento y el silencio. Las marcas que la soledad dejó en tu sombra, tu esperanza rota, tu discurso de “viento en popa”.

Lo que callás cuando “todo está bien”, lo que decís con tus ojos ardientes. Tu aversión al conformismo. Tu enojo de una noche, tu perdón a destiempo.

Tus brazos- remo, las olas que dejás atrás, la marea que siempre está por venir.

Lo que sobra cuando sos vos el que no está. Todo lo que dudo en decirte cuando titubeo.

Lo que escribo cuando no digo nombres. Lo que le falta a las etiquetas del resto. Lo que creamos cuando creemos.

Nada es típico cuando sos el que reparte las cartas.

El amor dicho en palabras de otro nunca sabrá tan perfecto como el que inventamos cuando a alguno de los dos le falta el paraguas.

El resfrío del verano. El sol en tu frente. Las hojas bajo tus pies. El frío en tu nariz. La flor en tus manos. Odio el invierno, aunque desde este verano no hay estación más fría que la que te lleva lejos.

Todo aquello que no me cierra cuando abrís la puerta para huir. Lo que te llevás cuando te vas.

Amar los bordes: los de la pizza, los de la cima, los de tu comisura. Mi mejilla llevándose tan bien con tu beso.

Vos, complejo como el amor sin sustento.

No todo lo que encaja es perfecto.

Ni todo lo perfecto encaja.

Por eso, prefiero este espacio unido por una parche-puente. Y cada día salto un ratito para tu lado, como los sapos. Soy la “sapa” que sabe que todo pasa. Y que la estación más fría se puede convertir en lo contrario con un solo tren.

Nunca te espero porque sé que siempre vas a llegar.

Mudanza

A vos que te gusta charlar de todo un poco y a toda hora. Que apreciás tanto el sol en los ojos como un mate con espumita.

Que te confubulás un poco con el cielo, para que se ponga gris cuando todo en mí está de ese color, solo para que no me sienta sola.

Sé qué nunca vas a dejar que sea el último orejón del tarro, ni me vas a permitir que lance una risa en medio de un show de meditación.

A vos, a tu luz farolito, a tus ganas de leer en el autobús más destartalado del mundo, a tus palabras bailarinas y a tu sonrisa con dientes.

A vos, que me enseñaste a ser rebelde con lo injustamente impuesto y con las verdades irrefutables. Cuán irrefutable es lo certero. Mirá cómo desacomodo un poco las teorías que me enseñaron y las cambio por los secretos que me fue revelando la vida. Rebelarse para revelarte.

Las palabras están hechas para jugar y el tutti frutti del aeropuerto fue la ocurrencia más sensata que tuvimos. Pasar el tiempo achinando los ojos de risa es el mejor modo de dejar que el sol caiga.

A vos y tu voz libre de cadenas y repleta de recetas.

A vos, te cuento que tus esfuerzos mentales han resultado y ahora no tengo excusas para crecer. Lo mejor que me diste fue esa palmadita como si me empujaras, como si me soplaras. Solo vos sabés que yo puedo caminar al son del viento.

A vos, y a las energías que me diste cuando me compartiste tu compotera con granola. La mejor vitamina siempre fue cerrar los ojos, levantar las manos y tocar el techo. Toc toc, para que se abra. Para que aparezca el cielo. Gris o celeste, o naranja.

Mudarme, de ropa, de casa, de ideas, de piel. Tenías razón, ya no hay sitio para mis libros en la estantería. Me aprieta el abrigo. Me quedó corto el techo.

Arriba. Ahora. Abierto. Al viento. Allá voy.

 

Salientes

Cuando baje y te vea, actuemos como si nada. Sonrisita, cachete y el rompe hielos del clima.

Ni vos ni yo sabemos cómo comportarnos. Hasta dónde tomarnos, si estará bien la mirada cómplice o si será mejor desempolvar la de “voy por todo”, aunque no te lo diga.

Por lo pronto si te veo chasquear los dedos, nervioso, voy a suponer que el bolsillo es el mejor lugar para mis manos.

Que nada nos tiente a amarrarnos demasiado pronto. Y mejor si nunca nos sujetamos, si dejamos que de a poquito nos roce algo más que la brisa.

Nada de helados. No me vengas con cena a la luz de las velas. Y ni se te ocurra mandarme un mariachi. No me quemes. Todavía.

Viajemos en bus. Es mejor que la carreta de la Cenicienta. Podemos ir hablando como si nada y quizás bajarnos en la parada anterior, para caminar un poco hasta el puente. Me gusta ver los pasos que da la gente que me gusta.

Amo el café. Combina con todo. Incluso con ese beso que vas a tratar de darme y que sí quiero pero que no. Todavía no.

Podemos camuflarnos mientras tanto. Nadie está listo para un ‘te quiero’ demasiado repentino. Aunque todo conspire y la distancia haga extrañamente que la brecha se acorte. 

Me voy a reír demasiado. Sos gracioso. Pero esto es más producto de los nervios. Si bajo la mirada es porque todavía no estoy lista. No la subas. No te me quedes viendo, que me tiembla la rodilla derecha y no quiero pasar un papelón.

Que fluya pero que la corriente no nos arrase. Total puedo volver a fingir que me río de los nervios o que lo que me encandila es la luz de afuera.

Total nadie sabe que hace rato te espero.

 

 

Bajo el paraguas amarillo

No necesitamos excusas. Podemos abrazarnos por las calles y reír hasta encontrar una risa gemela. Podemos hacer planes y romperlos por imprevistos más felices. Odiarnos de a ratitos, como esa camuflada manera de amarnos sin que se note tanto. Hacernos compañía sillón de por medio o a través de un océano.

Conocernos, con temor de encariñarnos, y darnos cuenta de que ya es tarde y ¡paila! de pronto nos queremos.

Mirá de quién te burlaste. ¿Viste que vos también podías amar? Descubrir que ciertamente el corazón no tiene plazas limitadas, pero sí hay una platea preferencial.

Curarnos con un abrazo, mirarnos y entendernos; dar un portazo para que se note que estamos enojados o soltar un ¡snif! para avisar que necesitamos un rescate.

Tomar un café y charlar como si no hubiera mañana, aunque al día siguiente volvamos a vernos.

Mirar un atardecer juntos y darnos cuenta de que encontrarnos fue alguna jugarreta linda del destino.

Intentar ver un amanecer y que el sol salga y nosotros nos distrajimos jugando a ‘terodáptilo’.

Sentir que el tiempo pasa rápido y querer que se detenga, solo para que no nos quede nada pendiente de hacer, de abrazar o de decir.

Animarnos, bailar sobre la tarima, tomar un trago para ahogar una pena o celebrar un logro. Acostarnos con la cabeza sobre el hombro del otro como un agradecimiento eterno de la compañía.

Caminar y reírnos solos, porque en nuestra cabeza las anécdotas dan vueltas. Acordarnos de las mañas, de los gestos, de las miradas furtivas, del mate compartido, de los primeros tacos, de las arepas, de los globos de colores alegrando la casa, de Mecato, de Patricio, de Pinocho. De vos, de ti, de las historias que todavía susurran estas paredes. De los brindis (y de la mano izquierda), de los deseos de las más de 100 velas que soplamos por cada cumpleaños. Del 2018. Pero sobre todo, de este año lleno de vida. De Badajoz. Badayork. Badarranch. Siempre Badahome. De los secretos que nos contamos al rayo del sol y los que lanzamos al río. De las amarras que soltamos porque entenderse implica aflojarle un poquito.

Nunca hicimos el diccionario de palabras ni festejamos el no cumpleaños; en cambio nos regalamos un pedacito de la historia de cada uno. Les debo el libro amarillo. El adelanto viene en forma de hoja suelta porque entenderán que tiene que viajar mucho, y mejor si le sacamos peso y la dejamos que vuele. Como nosotros cuando llegamos hasta acá, con una maleta que tuvimos que ir vaciando de a poco: miedos, prejuicios, orgullos, una idea del mundo que queda para la foto, porque la realidad la llevamos en nuestros recuerdos más preciados. Lo mejor que pudimos hacer fue desacomodarnos las ideas.

Comprar un boleto y apretarlo fuerte porque es el pasaje que nos aleja un poquito, pero sentir que hay reencuentros que son tickets abiertos y la fecha se la ponemos nosotros.

Espero sus señales de humo. Nadie va a quitarnos este mismo cielo; a fin de cuentas es como un gran paraguas amarillo. Un abrazo más. Un hasta pronto.   

¡Mirá vos!

La vida da mil vueltas.

Y yo solo espero volver a girar otra voltereta al sol de la mano de ustedes.

 

(Dedicado a todas las personas que hicieron de Badajoz, mi hogar).